Un rayito de esperanza y amanece la sonrisa
Compartimos nuestros primeros profesores de vida. Nuestro nido tuvo idéntico calor. Dicen las malas lenguas que nuestros rostros se asemejan (¡qué guapa soy, mama!).
Pero no logro entender qué es lo que hay de especial dentro de ti y que carecemos el resto de tus hermanos. Será esa adolescencia a caballo entre guateques y hospitales, entre besos y recetas que gestó tu gesto. Ese algo que no está impreso en la genética. Ni la providencia se hace cargo de ello.
Eres tú, tú solo, quien convierte a niños jugando, en estela de tu sombra, quien almacena en las paredes de su alma los títulos de mejor padre, mejor hermano, mejor esposo y mejor hijo, quien convierte su hogar en guarida y cacho.
Alcanzo tan solo a intuir el imán que nos tiene unidos a ti. Será tu sabiduría, esa dulzura con que sabes mirar, la atención bien medida que prestas a nuestras inquietudes. Será la mesura, preciosa palabra que te retrata. La verdad es que después de tantos años cerca de ti, aún no he sabido descifrar esa magia. Pero lo cierto, lo mejor de todo, es que ni siquiera me importa.
Me importa tenerte, disfrutarte, poder contarte. Me importa pensar que siempre serás el cordón umbilical que nos engancha.
A veces padre, a veces hermano, a veces confidente y amigo... Sí, ese padre con el que uno siempre sueña, lo encontré hace años en ti. Y me gusta.
Dicen que nadie es imprescindible. Mentira. Tú, sí.